sábado, 25 de diciembre de 2010

Segundo día de Navidad

La noche terminó en la madrugada, o sea pasada la medianoche. Entre los efectos de la Coca Cola, las preocupaciones por el regreso de Olli y los fenómenos atmosféricos que se sucedían en Alemania, con su epicentro Kadenbach, debo haber conciliado algo del sueño a las 3 o 4 de la madruga. Antes, a la 1 de la madrugada, debajo de una ventisca de nieve había apilado provisionalmente toda la nieve frente a la cochera, algo que parecía irrisorio viendo la bultajá de nieve que iba cayendo sobre la calle, la gorra vasca y mis espaldas entrenadas, que cubrían casi toda la plazoleta.

La voz del De pie me la dio Romy a las 6 de la mañana y hasta le cogí odio por primera vez. Después supe que en un estado de vigía el sentimiento no vale, el momento donde se funde la sub- con la consciencia. Yo quiero mucho a mi esposa y la perdono; es su voz femenina y chillona la que no soporto por las mañanas, por demás frías y oscuras. Había acabado de entrar en mi primera etapa de verdadero sueño. Sentí que me decía: “La internet no funciona”. No podía ser, el día anterior – si es que lo hubo – yo la había activado para que ella me dejara dormir algo hasta las 7. Pero cuando se trata de alguno de los hijos la cosa es sagrada, amén.
La única ventaja de levantarse bien temprano es que la hora tienes un hambre vieja que te retoza en el estómago y que no cree en cosas suaves. Eso me inspira en las artes culinarias y me vuelvo un verdadero artista y todo sabe después exquisito. Así fue con el revoltillo, la miel cubana, la leche con chocolate, los panecillos santos, todo sabía más que a gloria. Los esfuerzos de la apiladera me habían abierto abismos de hambres.

Afuera ya esperaba por mí la primera tarea del día, apilar la nieve reciente, más de 20 cm sobre la plazoleta frente a mi cochera. La del suegro era más alta, no la había limpiado anteriormente. Quítesele a esta apreciación unos 5 cm que siempre aumenta el cubano hiperbólico y estará usted en el aproximado. No obstante, el esfuerzo fue sobre humano y ejemplar; digo, frente a los vecinos. A esa hora de la mañana todos dormían y metabolizaban las golosinas que se digieren durante las navidades. Y estas son especiales por el frío. Todo el tráfico de coches está bloqueado en casi toda la república.

A las 8 de la mañana salimos hacia Coblenza, a nuestras misión sagrada: “Rescatar a Olli en el aeropuerto de Fráncfort del Meno”. Cuando Mano y yo llevamos a Oliver a Fráncfort para que se fuera a Cuba, mi hijo había dejado el abrigo en el coche. Ella quería ir a buscarlo, como estaba acordado, pero la naturaleza nos impide cumplir el plan. La autopista A3 está cerrada desde ayer cuando después de una hora de caer de comenzar la borrasca de nieve hubo accidentes y ni los buldócer antiheladas podía pasar. Romy había sido la delegada elegida para rescatar a nuestro hijo, acordado ayer en el pleno del Buró político, en una asamblea conjuntamente con los compañeros de las brigadas de ayuda y rescate. Ella debía llevarle un abrigo, té caliente y transportarlo todo en el tren.

Llegamos a Coblenza muy puntuales, demasiados. La pizarra nos indicaba que el tren de la delegada traía 30 minutos de atraso, algo insólito en Alemania, pero justificable por las condiciones atmosféricas. El viento que soplaba sobre el andén, sin cortinas ni paredes protectoras, sobrepasaba la temperatura indicada que era de -7 grados. Ahora térmica se sentía a -12 grados cuanto menos. Pude convencer a una madre desesperada para que bajara al sótano, al salón de las revistas, a coger calor. Nuestra presencia en el andén no aceleraría el tren tampoco.

Despedí a Romy y salí corriendo, pues me quedaban 10 minutos para aparcar a Miró y salir corriendo a coger la guagua. Nuestro coche debía quedarse en Coblenza, ya que no sabíamos cuando se efectuaría el regreso. Llegué temprano a la parada indicada del ferro-ómnibus y no había un alma por los alrededores ni señales de algún motor que hiciera ruidos de transporte. Romy se había equivocado esta vez, el itinerario de las guaguas en un día feriado es otro. La guagua partiría una hora más tarde para Kadenbach. Llevaba ya las extremidades congeladas y un pesimismo de octogenario. Eso me ayudó a tomar una decisión rápida, volver al coche y regresar a Kadenbach por la misma carretera helada que habíamos venido, sorteando peligros y rezando como buenos religiosos.

Llegar a casa y poner a apilar la nieve nuevamente fue algo ya militante. Después, al llamar a Romy, supe que ya se había encontrado con Oliver en el aeropuerto, pero que según un empleado de la Deutsche Bahn, el tren de regreso no saldría. El almuerzo del segundo día de Navidad se ponía en peligro. Ya todos los invitados estaban en camino y Romy y nuestro hijo seguirían varados en la terminal de Fráncfort. Después llegó la llamada salvadora, habían logrado coger un tren hasta Montabaur, el ICE rápido y en media hora estaría allí, a 12 km de casa. Para allá salí de nuevo, después de secarme el sudor de la faena invernal de desbrozar caminos y cocheras de nuestra casa.

Quiso entonces el destino o la suerte que no dejara el coche en Coblenza. Esa circunstancia me dio unas fuerzas sobrenaturales y me fui sin sobresaltos ni tanta prudencia a recoger a mi familia. Además, Oliver traía novedades, cartas, de todo un poco.

El ser humano se impone a todas las adversidades y el triunfo tiene algo positivo, hace olvidar todos los resabios, discusiones y desavenencias en el coro de la familia. David trajo a su novia con su hijo Davicito y los comensales tuvimos completo, podía empezar la orgía navideña de comidas y manjares suculentos, ya habrá tiempo para la abstinencia y la penitencia. Mi suegra cocina en alemán como Zaide en cubano. Eso lo dice todo.

Esta noche dormiré plácidamente, mientras quiera nevar por todo un siglo. Ya todos están a salvo. Ahora sólo me queda leer nuevamente las cartas de mi gente en Cuba, a Mano en Camagüebax, la carta de Pedrito, y si me queda tiempo, hacer la llamadita importante a Alcossebre. Allá se encuentra ahora el epicentro de mis amistades y no quiero perderme nada importante. Para un reportero sin fronteras como yo eso es esencial.

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