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| Hospital de Bendorf |
Esto me recuerda aquella vez que yo enfermé en Leipzig, allá por el año 1988. Me habían hospitalizado en la clínica universitaria de la ciudad de las ferias comerciales. Era en el mes de marzo, pero en la Alemania oriental en ese tiempo la nieve todavía llega hasta la cintura. Muchos dejaban de venir a las visitas, pero Romy no, ella, todavía con nuestros dos hijos muy pequeños, se aparecía a la hora de la visita en la clínica. Cogía el tren bien temprano y después se iba a pie desde la terminal hasta la clínica. Por nada del mundo ella faltaba un día. Así fueron los tres meses que pasé en aquella clínica. Era joven, de 21 años, pero de un carácter muy maduro y responsable. Quedé asombrado para toda mi vida.
En estos días la veo de nuevo confirmarse humildemente en su rol de buen familiar, fiel a toda prueba. Entre ella y el suegro se discuten la primacía. No importa que afuera esté cayendo el diluvio y que la radio anuncie tormentas; ellos se mantienen ratificando la asistencia. Mi esposa ha asumido la responsabilidad completa de los dos hogares, ha suplantado a la suegra y lo hace todo después del trabajo. No se queja, no exige, no pelea.
¿Y qué hace el esposo? Bueno alguien tiene que contar la historia. ¿Qué sería de las buenas acciones si no hubiera nadie que las contara? Para eso se necesita también mucho tiempo y tesón. Así que arriba, cada uno en su puesto de trabajo y tirando parejos. Si no fuera por mí nadie aquí se enteraría del último chisme.

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