Esta tradición del vino caliente, o poncho de vino, la empezaron los Mohrs alguna vez en Kadenbach y se ha quedado para siempre. Romy me cuenta que ella va ya por ocho años que lleva tomando el vino caliente el fin de semana antes de las Navidades. Siempre en un lugar distinto, pero solamente de todos los que pertenecen a esta secta. En estas fotos aquí ustedes verán el núcleo de los iniciadores. Siento mucho que no tenga muchas informaciones para esta noche. La próxima vez seré más extenso.
Hoy la toma del vino caliente fue en casa. Romy me hizo quitar la nieve del frente, mover la moto de Oliver a otro lugar y sacar la mesa del dominó. Como comida para la ocasión se prepara pan negro con manteca de cerdo y sal. Hay golosinas también que creo sirven como postre a todo ese ritual extraño. Mientras más frío hace más se entusiasma esta gente. Así que hoy ellos vivieron el paroxismo de la actividad. Afuera hacía nueve grados bajo cero. Yo salí solamente a tirar las fotos y casi que me congelo las manos. El vino caliente prepara el cuerpo y lo protege, pero yo no paso ese vino con canela, limón y no sé qué más. Me sabe a vómito. Bueno no hay que exagerar, creo que solamente huele a vómito y en realidad sabe bien.
>No sé esta vez, pero todas las veces que Romy participa pasa lo mismo, al otro día está resfriada. Se pasan horas parados afuera, oyendo música y tomando vino caliente. El cuerpo queda caliente pero el frío te va subiendo por las extremidades y se va apoderando del cuerpo. Romy compró hoy diez botellas de vino caliente y si uno mira las fotos solamente había siete personas. Así que se tomaron más de una botella por persona.
Para un cubano, sobre todo como yo, es muy difícil que una tradición así se arraigue en mi acervo cultural. Los extranjeros tendremos que integrarnos, pero tampoco así. Prefiero otro nuevo destierro. Quizás pueda tomarme uno que otro vaso de vino, pero el frío es la tortura más desagradable y no lo podría soportar. Por eso el vino caliente nunca será mi tradición.
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