jueves, 20 de mayo de 2010

El regreso a Alemania

Estoy muy triste, cada minuto que pasa me alejo más de España. Estamos sentados casi al final de avión. Durante el Check In nos preguntaron si queríamos ventanilla y en la afirmación pedí que no fuera inmediatamente detrás de las alas. Tuvimos suerte, los asientos 30A y 30B quedaban del lado izquierdo y a tres filas del final del avión. Ya son las 9:25 p. m. y en el horizonte la puesta del sol va dejando un cielo rojizo con nubes negras delante. Por la ventanilla del avión se ven debajo como montañas con sus picos nevados. Pienso que sean los Alpes, pero no sé dónde estamos verdaderamente.

A mi derecha está Romy leyendo su libro del momento Totengleich (no hay traducción en el diccionario. Yo diría algo así como “semejanza cadavérica”) de Tana French. Un libro no muy apropiado para un vuelo conmigo. Cada vez que el avión se tambalea, y esto ocurre más de lo acostumbrado, nos miramos pálidos y con ganas de ir al servicio. Yo he dejado mi libro de política a un lado porque cada vez que lo abro y leo unas páginas el avión empieza a relinchar como un caballo y últimamente se vira más de lo usual para coger las curvas, tanto que puedo ver las estrellas sobre el avión sin tener que mirar para arriba. Ya empiezo a susurrarme lo mismo que hago en todo los viajes por avión: “es la última vez que vuelo”.

Romy me acaba de decir que siente mucha hambre. Pienso que la psicología humana se apoya en todos sus resortes para compensar las situaciones de estrés. A mí me ha dado por escribir, pero no me conformo con la idea de llevar los pies a tantas alturas de la tierra. Siento como un cosquilleo en el vientre. Creo que es el miedo. ¿Quién no ha sentido miedo en su vida? Yo ya me sentía curado de todos los espantos. Ya veo que no, me aferro a la vida como el que más. Me acuerdo de mi adolescencia y de cuantas veces me preguntaba cosas de la existencia y sentía ese miedo fuerte a morir. Ahora siento lo mismo. No creo entonces que mi vida se limite a existir y por eso pienso que quizás esté destinado a algo más elevado. Acabado de escribir esto el avión se estremeció fuertemente. Lo percibí como una señal de confirmación. Algo debe haber allá afuera – y me refiero al más allá, fuera del alcance todo imaginación humana – que está corroborando mis pensamientos. Siempre intuí que fui un ser especial. Se ha venido a imponer en mi mente durante este vuelo y no sé de dónde vino. Algún día recibiré la respuesta. De nuevo se sacude el avión y siento miedo.

Alemania debajo de nubes negras

La muerte debe ser parecida, todo lo contrario de lo que piensan los demás, en donde se piensa que subes al cielo a vivir en el paraíso para siempre, con paisajes muy verdes, lleno de flores, los animales pacíficos y todo es armonía. No, que va, te llevan en un avión por un largo recorrido sobre las nubes, con puestas del sol. Y allí, donde aparecen las nubes negras el avión se va hundiendo hasta hacerse la noche y tú notas como el telón va cayendo y la función termina. Has llegado al final de tu vida y no necesitas ir a la cinta a buscar tus maletas. Ya no las necesitaras. De nada te servirán las cosas materiales y tu orgullo o altanería habrán desaparecido.

Romy es genial, por ella es que Black – nuestro coche – nos espera como un gatito en el séptimo piso del aparcamiento 3 del aeropuerto. El aparcamiento nos queda a más de un kilómetro del lugar de salida. Eso sí, todo el tiempo bajo techo, sólo los últimos 200 metros es al aire libre. Durante el trayecto tuve que encender el móvil para llamar a los suegros. Romy no tenía comunicación con su móvil. Me acaba de entrar un SMS de Mano: “Tira pacá loco, coge el bejuco”. Miro mis alrededores y no veo ningún bejuco. Me quedo pensativo. Abajo pagamos los 39,- euros, la máquina nos devolvió un euro de los dos billetes de a 20,- euros que le habíamos introducido. Ellas no entienden de propina. Subimos por unos ascensores transparentes que te llevan como en el aire. Se ve todo por abajo, arriba y a los lados. Ahora subíamos al cielo. Black nos esperaba como un gato en la azotea. Yo, Raúl, bajé rápido con las gomas chillando, como en las películas de persecución, en un recorrido en espiral continuo. Por un momento me creí el tipo duro de las películas. En unos minutos ya estábamos en la autopista en dirección a Fráncfort del Meno, por delante nos quedaban todavía 100 kilómetros de recorrido. “Aquí les habla el capitán JR, a bordo de la nave Black. Estamos saliendo del aeropuerto de Colonia-Bonn. Se les pide a todos los pasajeros que lleven ajustado el cinturón hasta que abandonemos el perímetro de la terminal aérea. En Colonia tenemos una temperatura de 15 grados, con cielo nublado y amenaza de lluvia. Hemos embestido la autopista 59 en dirección a la autopista 3 que nos llevará hasta Montabaur, a 12 km de Kadenbach. La tripulación y el capitán, quien les habla, os desea un viaje placentero y sin contratiempos”. Estas fueron mis palabras aprendidas durante el vuelo y así sucedió. Llegamos a las 0:40 horas de la madrugada, con sólo 10 minutos de retraso. Kadenbach era una boca de lobo, los aldeanos soñaban sus sueños de la noche, menos Che, nuestro gato, que ya se había olido el ratón de la noche.

En casa, nada más que pasar el umbral, me entran cólicos. Es la confirmación, estoy en Alemania. Ya lo sé, mis achaques son psicológicos; pero no los puedo controlar. Eso y Romy son lo único que me han quedado. El gato no, ese es de mi esposa. Desempaquetamos las maletas y yo corro a seguir leyendo mi libro empezado en la cama. He traído muchos libros de Barcelona. Afuera la noche es profunda y fría.

Hoy por la mañana es de noche

“¿Subo las celosías?” Romy me había sentido semidespierto y quería levantarse. Yo prefiero dejarlas abajo y pensar que afuera hay sol y un gallo que vocifera Raúl. Desde nuestra ventana vemos un cielo cubierto de nubes grises y yo me niego a reír y a levantarme de un salto de la cama, como hacía en Barcelona. Retomo mi papel de hombre alemán cansado y todo vuelve a la normalidad de estos años innombrables.

Ahora Romy conversa con sus amigos, alias padres. Ellos se quieren mucho y se lo cuentan todo. Muy orgullosa muestra sus regalos y cuenta muchas cosas vividas, la felicidad de estos días compartidos en Barcelona con nuestros amigos conjuntos. Es la primera vez, por lo que cuenta ella, que no se sintió ignorada entre cubanos y españoles. Todos percibían su presencia y se interesaban por ella, no sólo por mí. Mi esposa tuvo experiencias muy positivas y las recuenta ahora con mucha pasión y felicidad reflejada en sus rostros. Sus padres escuchan ensimismados y preguntan por las fotos. Habían visto ya las del primer día, cuando Oliver estuvo aquí y las abrió desde la internet con su lapto. Quiero terminar de reportar, ya la suegra empieza a hablar de trabajo y cosas que hay que hacer. Romy por otro lado habla de que hay que ir de compra de comestibles. Yo me hago el sueco y me niego a dar respuestas. Sigo en Barcelona, ellos sólo ven la envoltura de mi cuerpo, postrada en el sillón. Pienso en mi próximo viaje a España, quiero volver. Aquí van fotos de hoy y de ayer, en el otro álbum.

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