Antes, cuando uno emigraba, casi siempre era para no ver más a la familia. Consigo los emigrantes llevaban sus recuerdos y objetos de memorias, de los cuales no se separaban más. Uno formaba una familia y se deseaba muchos hijos. En cada hijo uno proyectaba un familiar, pues por suerte siempre hay alguien que saca las señas, hace lo mismo que hacían sus familiares en la patria, y hasta tenían los mismos gustos. Con el tiempo las historias iban tomando formas y al final todo era pura leyenda, memorias de tiempos muy lejanos que uno cuidaba con esmero y amor.
Pero gracias al desarrollo de los medios de comunicación, sobre todo de la Internet, hoy cuidamos el contacto con nuestros seres queridos; muchos de nosotros desperdigados por el mundo, pero también con nuestros familiares en Cuba. Cada noticia de viene de allá tiene un valor tan inmenso que sólo lo notamos cuando esas noticias nos alcanza, a veces en un momento determinado, cuando menos lo esperamos. Como ahora con Tía Emma. Ale nos avisa que su abuela Emma ha llegado a La Habano la para disfrutar unos días de vacaciones en la capital con su hija y su nieto. Él puede imaginarse el valor incalculable que esa noticia tiene para nosotros, lo que significa poder intercambiar algunas palabras con tía; con una parte inolvidable de nuestra niñez, donde los mayores ocupan ese lugar sagrado de la procedencia.
La última vez que tía estuvo en La Habana, también con Alex, fue aquel momento de la graduación de su nieto y el tiempo y el estrés de seguro que apenas dejó tiempo para nosotros. Ahora surge de nuevo la esperanza, y cuando Ale nos avisa directamente, es porque también existe el deseo de comunicar, de cuidar nuestras relaciones familiares, de transmitirnos el cariño que sentimos por nosotros y de minimizar esta separación de tantos años sin contactos. Yo en particular me alegro frenéticamente y no quiero desperdiciar la oportunidad. Cuando pienso en mi Tía Emma, pienso automáticamente en mi querida madre, en Abuela Antonia, en mis tías, tíos y primos. Pienso en la casona de la calle General Gómez, en el chalet de Bobes, en nuestros encuentros en casa, también en casas de mis tías, en esa familia tan unida y llena de amor que fue mi familia por la parte materna.
Creo que sin esos recuerdos, que son los que mayormente me conforman y me identifican como el ser humano que soy, muy difícilmente hubiese podido vencer todas las dificultades y problemas a lo largo de mi vida. Siempre hubo momentos cruciales y de verdadera importancia decisiva en que me nutría de esas experiencias familiares de amor, sacrificio y de cohesión o solidaridad. Fuero en realidad experiencias aleccionadoras que nos prepararon para nuestras futuras familias. Pienso que soy aquél que ustedes formaron con vuestros cuidados, vuestros sacrificios y vuestros mimos; pero también con vuestra constancia y disciplina.
Lástima que vivamos tan lejos y tan desarraigados de nuestras raíces, de saber que la vida no es eterna y de no poder disfrutar también de la convivencia en la vejez, la madurez nuestra y sin el aporte de nuestras experiencias propias. Cada vez que veo una foto de mis tías, un video, donde puedo ver a tía Emma, Gallega, China, Pepe, se me salen las lágrimas. Siento mucho que no pueda ver a mi tío Kiko que tanto quiero también. Vivo con la esperanza de poderlos ver algún día.
(Escribo esto en una taberna en la playa de Füred, en el mismo lago del Balatón, Hungría. Me he sentado en este Café, en la parte de adentro, y creo que soy el único. Me senté en un lado oscuro para poder ver bien la pantalla de la laptop. Por los altavoces resuena una música antigua húngara que viene de la vitrola y aunque no entiendo nada, pero parece ser triste, muy melancólica. Creo que esta circunstancia acrecienta un poco la nostalgia. Me da por pensar en todos nuestros antepasados que también se vieron en las mismas circunstancia, lejos de su patria, sin sus familiares y que al oír una pieza musical se les dispararan los recuerdos).
Pero gracias al desarrollo de los medios de comunicación, sobre todo de la Internet, hoy cuidamos el contacto con nuestros seres queridos; muchos de nosotros desperdigados por el mundo, pero también con nuestros familiares en Cuba. Cada noticia de viene de allá tiene un valor tan inmenso que sólo lo notamos cuando esas noticias nos alcanza, a veces en un momento determinado, cuando menos lo esperamos. Como ahora con Tía Emma. Ale nos avisa que su abuela Emma ha llegado a La Habano la para disfrutar unos días de vacaciones en la capital con su hija y su nieto. Él puede imaginarse el valor incalculable que esa noticia tiene para nosotros, lo que significa poder intercambiar algunas palabras con tía; con una parte inolvidable de nuestra niñez, donde los mayores ocupan ese lugar sagrado de la procedencia.
La última vez que tía estuvo en La Habana, también con Alex, fue aquel momento de la graduación de su nieto y el tiempo y el estrés de seguro que apenas dejó tiempo para nosotros. Ahora surge de nuevo la esperanza, y cuando Ale nos avisa directamente, es porque también existe el deseo de comunicar, de cuidar nuestras relaciones familiares, de transmitirnos el cariño que sentimos por nosotros y de minimizar esta separación de tantos años sin contactos. Yo en particular me alegro frenéticamente y no quiero desperdiciar la oportunidad. Cuando pienso en mi Tía Emma, pienso automáticamente en mi querida madre, en Abuela Antonia, en mis tías, tíos y primos. Pienso en la casona de la calle General Gómez, en el chalet de Bobes, en nuestros encuentros en casa, también en casas de mis tías, en esa familia tan unida y llena de amor que fue mi familia por la parte materna.
Creo que sin esos recuerdos, que son los que mayormente me conforman y me identifican como el ser humano que soy, muy difícilmente hubiese podido vencer todas las dificultades y problemas a lo largo de mi vida. Siempre hubo momentos cruciales y de verdadera importancia decisiva en que me nutría de esas experiencias familiares de amor, sacrificio y de cohesión o solidaridad. Fuero en realidad experiencias aleccionadoras que nos prepararon para nuestras futuras familias. Pienso que soy aquél que ustedes formaron con vuestros cuidados, vuestros sacrificios y vuestros mimos; pero también con vuestra constancia y disciplina.
Lástima que vivamos tan lejos y tan desarraigados de nuestras raíces, de saber que la vida no es eterna y de no poder disfrutar también de la convivencia en la vejez, la madurez nuestra y sin el aporte de nuestras experiencias propias. Cada vez que veo una foto de mis tías, un video, donde puedo ver a tía Emma, Gallega, China, Pepe, se me salen las lágrimas. Siento mucho que no pueda ver a mi tío Kiko que tanto quiero también. Vivo con la esperanza de poderlos ver algún día.
(Escribo esto en una taberna en la playa de Füred, en el mismo lago del Balatón, Hungría. Me he sentado en este Café, en la parte de adentro, y creo que soy el único. Me senté en un lado oscuro para poder ver bien la pantalla de la laptop. Por los altavoces resuena una música antigua húngara que viene de la vitrola y aunque no entiendo nada, pero parece ser triste, muy melancólica. Creo que esta circunstancia acrecienta un poco la nostalgia. Me da por pensar en todos nuestros antepasados que también se vieron en las mismas circunstancia, lejos de su patria, sin sus familiares y que al oír una pieza musical se les dispararan los recuerdos).
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