domingo, 17 de julio de 2011

Excursión por Csopak

Estamos de fin de semana y en el lago Balatón eso significa que las playas a todo lo largo del lago se abarrota de gente. Creo que media Hungría viene a sofocar el calor a las refrescantes aguas del lago. Nosotros lo sabemos y por eso nos fuimos a pie desde casa por el pueblo de Csopak. Tomamos como guía al cuñado y con los mapas que no dieron en la agencia de viajes del pueblecito nos fuimos por sus calles, para nosotros desconocidas. Llevamos ya una semana aquí y era algo que le debíamos a sus pobladores, conocer su pueblo. Primero fuimos al correo (Posta) a echar las postales para Alemania. Había tremendo sol y Romy y yo nos alegramos que lleváramos nuestros sombreros. Aquí el sol es muy fuerte en este mes. No sé, pero pienso que habíamos escogido un mal momento, eso me pareció al ver las calles vacías y muy soleadas, como las siestas de España. De da por pensar que solo los bobos salen a esa hora, a achicharrarse.

Nos habíamos trazado dos destinos: primero iríamos a la playa de Csopak, y segundo al restaurante Csárdak que está en la carretera 71, al regreso entre la playa y la casa. Hacía mucho rato que no caminaba tanto, así que este cuerpo maltrecho me lo agradecería. Llevaba muchos días de vago, sentado o tirándome en la toalla de la playa, o sea haciendo picnic. Eso sí, comiendo como un trabajador minero, pues la vagancia da todavía más hambre que el trabajo esclavo. Ahora esta breve caminata se convertía entonces en un calvario. Por una parte las piernas se me tornaban pesadas y por la otra el castigo del sol. Me trazaba puntos de abordajes de sombras. Las sombras eran esas pequeñas islitas que codiciaba alcanzar y en donde uno ganaba nuevos impulsos. Así, de sombrita en sombrita, iba adelantando como podía. Entonces la calle final del primer objetivo, la Utca Fürdör (Utca es calle en húngaro) me pareció un castigo; bajaba a la playa, era larga y sin sombras a ningún lado. Estimé la distancia en un kilómetro, aunque puede ser que por el calor y el sol tan fuerte que hacía me equivocara en la estimación. Había que seguir a toda costa, así lo habíamos decidido. Todos íbamos callados, cada movimiento o esfuerzo demandaba nuestras reservas energéticas. Nuestras caras sudorosas delataban nuestras apariencias de turistas. Los pobladores sudan de otra forma; aunque no sé cómo explicarlo.

Ya en la playa nos dimos cuenta de lo que habíamos calculado con anterioridad el viernes, en la playa no cabía uno más. Toda la aérea del césped estaba cubierta de toallas, mantas, tumbonas, carpas, etc., pero sobre todo de gente. Creo que por cada toalla o manta había unas tres personas. Así también la playa. Es algo impresionante, pero que no gusta, creo que uno necesita un espacio prudente para moverse y no tener que olerse los cuerpos. Entonces desistir de la playa no nos parecía haber renunciado a un placer. Ahora no sabemos si esta playa está siempre así abarrotada de gente o en realidad es como pensamos, que sólo es por el fin de semana. Además, parece ser el lugar a donde vienen los húngaros.

Después de una pausa seguimos a gusto por la calle Setany, una avenida llena de árboles y bancos para sentarse. Cuando el sol es abarcador una avenida así es una gloria, ese sería el nombre que yo le pondría. Después cambiamos varias veces de calle hasta que cogimos la pista de bicicletas, muy bien asfaltada y a lo largo de un riachuelo, de grandes arboledas y muy refrescante. Esta pista nos llevó directo al restaurante Csardák, donde almorzamos hoy. Para los alemanes el almuerzo sale barato en Hungría. Con 5 euros puedes comer abundante y tomar algo. En Alemania pagas 20 ó 30 euros por la misma comida. Para los húngaros 5 euros es mucho dinero. Me lo dijo un alemán que vive en este pueblo desde hace 20 años, aunque todavía no sé el salario promedio de un húngaro.

Si duro fue caminar bajo el mediodía soleado de este domingo, más duro fue subir la loma de regreso con nuestras barrigas llenas de comida y cervezas húngaras. Cada paso hacía resentir la carga, la material y la biológica. La loma se empinaba tres calles arribas. Al final de cada calle hacíamos una pausa, no importaba que estuviéramos expuestos al sol. Bajo nuestros sombreros se concentraba un calor de sudores abundantes. Mientras nuestros cuerpos se habían acostumbrado al ritmo de las siestas, nosotros los devolvíamos a esta realidad improvisada, cargados por nuestras flácidas piernas, en una lucha inquebrantable por alcanzar la cima; no ya el destino final, nuestra casa. Por un momento dejé de tirar de Romy, me parecía una carga estática, como mi cuerpo. La pobre, creo que ella sufría mucho más que yo bajo este sol abrazador. Ya solo y dispuesto a abordar la primera sobra que apareciera, caminaba apurado y a veces desorientado. Nunca más aceptaré invitaciones de mediodías; sobre todo en Hungría, en el mes de julio. Es un suicidio perfecto.

Llegamos a casa y cada uno se acomodó como pudo. Me alisté para el café y los dulces, pero entre el cansancio, el calor y la brisa del portal, me quedé dormido y hasta roncando. Me despertaron para que tomara el café. Dicen que me comí los dulces y me tomé el café sin abrir los ojos. Cuando desperté, unas horas más tardes, quise protestar por mi cuota de café y dulces y todos se rieron a carcajadas, menos yo. Algo debía haber pasado, pero yo no entendía a que venía tanta risa. ¿Será que ya los años me están haciendo trampas y me hacen caer en el ridículo? No importa, todavía conservo buena parte de mi autoestima para tirar por unos cuantos años más.

Ahora me he retirado al balcón que da al patio, al lago. Por la tarde hace aquí buena sombra y mucha brisa. El cuñado está leyendo su libro en el portal y las mujeres no sé dónde están. Cada uno parece que se ha acomodado en un rinconcito, buscando esa necesidad de intimidad personal que necesitamos a veces. Yo preferí compartir la mía con ustedes y por eso estoy ahora aquí, escribiendo para Rincón familiar.

1 comentario:

  1. No dejen de ver el diario, notas públicas: http://www.evernote.com/pub/camaly/notas

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