Prólogo
Este cuaderno que sostienes en tus manos se propone el fin de exponer de forma asequible a todos nuestros familiares la evolución histórica de vuestros parientes desperdigados por el mundo, haciendo especial énfasis en la comunicación vía internet entre los miembros del blog familiar “Rincón familiar”, de los primos Betancourts.
¿Por qué se habla aquí de evolución histórica? Es fácil, si se tiene en cuenta que hasta este prólogo que escribimos ahora aquí, en el presente, hoy 20 de marzo de 2011, a las 12:05 del mediodía, de un domingo soleado de Alemania, en la casita amarilla de la calle Auf der Höh número 1 de Kadenbach, pronto pertenecerá al pasado. Por el momento, y hasta que no llegue a tus manos, tendrá cierto valor de futuro. Esa es la magia de un escrito. No obstante, cuando accedas a él no será más que pasajes históricos de tus familiares en países lejanos a nuestra Cuba. Así es con todo lo que tenga que ver con el paso inexorable del tiempo y que para la familia puede constituir un legado de valor incalculable. Este cuaderno es pues también parte de nuestra historia.
Nuestras relaciones familiares se ven marcada por un halo casi impersonal que les acuña la información indirecta a través de las nuevas tecnologías de la comunicación. Encima de eso sus miembros nos cuidamos también de velar por el cuidado de nuestra intimidad familiar, pues sabemos que lo escrito, escrito está, y siempre quedará para la posteridad como un documento de valor testimonial. Esa es la razón por la cual nuestra bitácora siempre va a mantenerse, como un barco habitable, siempre en la superficie, prefiriendo intencionalmente evitar las profundidades. Quisiéramos que no fuera así, pero eso también es parte de la psicología cibernética. Hay que cuidarse.
Sus miembros casi todos se quejan de la carencia de tiempo para escribir más y mantenerse siempre presentes. No sé por qué debía ser de otra forma, pues el hombre moderno vive también cayendo constantemente en la trampa del tiempo. Desde nuestros más remotos antepasados hasta hoy está comprobado que el ser humano nunca tuvo tanto tiempo a su disposición como lo tenemos actualmente en abundancia. Las nuevas máquinas, cada vez más modernas y seguras, nos permiten ocupar nuestro tiempo libre en actividades culturales y de ocio. Dentro de las mismas está, y debe estar, el contacto casi diario con nuestros familiares y amigos. O sea con las personas que nos quieren y queremos verdaderamente.
Lo que más nos diferencia a nosotros de nuestros antepasados es que aquellos, con muchos menos recursos a disposición, nunca perdieron de vista lo más importante de sus vidas: el tiempo de sus vidas para el amor entre familiares, en el sentido más amplio de la palabra como sentimiento. Ese amor se traducía en tiempo, mucho tiempo con el prójimo. El ser humano desde que nace comienza a sentar prioridades. Las cosas más importantes reciben más unidades de tiempo. Así el tiempo de dedicación fue siempre la moneda de pago que traducía el amor en tiempo conjunto aprovechado. Por eso cuando alguien no tenía nunca tiempo para ti significaba, y significa hoy también, que tú como persona lo le interesabas y por lo cual no se deseaba perder el tiempo contigo. Es muy sencillo de interpretar.
No obstante, todos nos vemos constantemente atrapados en actividades necesarias de subsistencias muy intensivas y a veces agotadoras. Y como si fuera poco, el cúmulo de información que nos asalta a diario por distintas vías de la comunicación es inmenso, yo diría que apenas llegamos a asimilar un tercio de la misma. Con el tiempo pasa entonces que a veces perdemos el contacto con nuestros familiares más importantes para nuestras vidas.
Entonces la combinación del tiempo con la distancia hace perfecta la enajenación y llega el día en que nos volvemos extraños no sólo para nuestros familiares y amigos; sino también hasta con nosotros mismos. Lo importante es la capacidad de darse cuenta y recapacitar a tiempo. Nunca es tarde y los demás esperan por tu presencia en sus vidas. Compartir nuestras vidas con los demás es lo que hace nuestra identidad, ergo autoestima. La vida gana entonces en calidad y logramos así por fin vencer nuestra imperfección humana en todos sus aspectos, biológicos y espirituales. Esto es sólo posible cuando nos mantenemos abierto a los demás y dispuestos a intercambiar nuestros sentimientos y pensamientos. Para eso es necesario el contacto casi diario. Siempre hay una vía para tal fin y no la deberíamos desaprovechar nunca. No olvides que nunca sabremos cual es nuestro último día entre nosotros, y que quizás esa circunstancia sea lo mejor de todo.
José Raúl González Betancourt
Kadenbach, 20 de marzo de 2011
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