Fue un día lluvioso de marzo de 1985, 26 años atrás. Coincidimos frente a la tienda HO de la calle Bahnhofstrasse de Roßwein, yo venía de haber comprado unas bandejas para química de revelar fotos en blanco y negro. Enseguida ella ocupó toda mi atención y la seguí. Antes de pasar por debajo del puente de trenes le tiré un piropo: “Niña qué salud tiene ese pitusa”. Hoy reconozco que fui un poco cursi, pero era el último piropo que había oído en Cuba y lo utilizaba siempre con buena suerte. En alemán un piropo así no quiere decir nada. Pero la suerte y un poco de simpatía hicieron que ella me aceptara caminando a su lado.
Cuando hablo de suerte me refiero a la lluvia, la que hizo posible relacionarnos un poco más. Empezó a llover y ella me brindó espacio bajo su paraguas. Ya más cerca me impresiono su fragancia de mujer joven y el perfume moderno de la peluquería. Unos minutos atrás ella había estado en la peluquería y se había cortado su pelo largo. Por eso le dije lo que primero me vino a la mente, que ya había visto su dulce cara con anterioridad. En absoluto, la había visto el día anterior en la florería de la ciudad, a través de las vidrieras. Ella también notó mi mirada.
Pero todo pasó muy rápido y ahora estamos ya a la altura de la esquina de la calle Böhrigener Strasse, la que sube hasta el albergue de los cubanos. Fue ese entonces mi mayor momento de lucidez, cuando le pregunté si dejábamos nuestro próximo encuentro a la coincidencia o lo planeábamos. Ella sólo me dijo: “A las 15 horas salgo de la sauna, la que está debajo del albergue de los cubanos. Allí me planté todo el tiempo hasta verla salir.
Sin embargo, un mal entendido postergó el próximo encuentro hasta el mes de mayo. A la salida le dije que quería hablar con ella. Pero Romy entendió que yo le había dicho que “quería acostarme con ella”. Hoy me defiendo diciendo que los seres humanos oímos lo que deseamos y no lo que debemos oír. Pero es un tema en que no nos podemos de acuerdo porque ella dice que yo lo dije clarito. No obstante, yo juro por lo más grande de mi vida que yo nunca hubiese dicho algo así.
Fue ya en plena primavera que nos volvimos a ver, a 10 km de casa. Los dos cogimos la misma guagua y yo la abordé ya dentro de la misma. Tenía casi 20 minutos para convencerla de que yo me había fijado en ella y que me gustaba mucho. Cuando llegamos a Roßwein algo me decía por dentro que ella era ya mía. Quedamos en vernos entonces en la discoteca. Pero en el umbral de su casa le di un beso en los labios antes de irme. La sorprendí y a ella no le dio tiempo a reaccionar.
Hoy, al cabo de 26 años, comprendo que ese día empezó mi suerte, mi felicidad, mi vida con ella para siempre. Por eso los 27 de marzo son un día especial para nosotros.
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