Érase una vez un blog en profundo silencio. Sus miembros eran todos de un clan familiar, se conocían bien y ya no necesitaban saber mucho los unos de los otros. En efecto, habían creado su bitácora para mantenerse comunicados, pero ésta no había logrado tampoco superar el estado desinterés que lo había engendrado como un remedio contra la distancia y el silencio. De vez en cuando se pasaban una imagen o un breve mensaje, pero eso era todo. La capacidad de alegrarse conjuntamente por algo había mermado considerablemente. Todos, o mejor dicho casi todos, vivían a contrarreloj. El día tenía 24 horas y todas estaban planificadas ya de antemano. Ni un solo extraviado minuto quedaba para escribir al vuelo una nota de saludo. Las prioridades del día consumían todo el tiempo a disposición de cada uno de sus miembros.
De nuevo la vida volvía a mostrarse irónica. La gran paradoja: mientras más medios de comunicación al alcance, menos comunicación entre sus miembros. Pero así es la vida, al parecer. El hombre (entiéndase también mujer) siempre ha querido vencer las dificultades a fuerza de músculo y no podía comprender estas comodidades de las nuevas tecnologías que estropea este detalle de la sensibilidad. Cuando algo se vuelve muy fácil, cómo lo es el comunicar a la velocidad de la luz, entonces se pierde el encanto del esfuerzo y la apatía se apodera de los más.
Parece ser que la vida se rige por ciclos misteriosos de actividad e inactividad. Nos queda esperar entonces que vuelvan los buenos tiempo, cuando todos escribíamos con entusiasmo y nos contábamos vivencias de nuestras vidas.
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