Hoy volví a jugar contra Marek Göller, alias La Máscara de pelo. También se lo digo en alemán, Der Mann mit der Haarmaske – El hombre de la Máscara de pelo, pues es incómodo jugar contra alguien que se esconde detrás de sus pelos, sin conocerle su cara, su mirada. Se dice que los ojos son las ventanas del alma. Dime como me miras y sabré con quién estoy interactuando, no estamos en la Internet. Así que el único interfaz hacia este joven jugador del equipo de Heimbach-Weis es el tablero de ajedrez que nos separa por medio. Sus figuras de ajedrez, el modo como las mueve y la dinámica de sus jugadas son las únicas que me pueden revelar un mínimo por ciento de su alma.
Y por lo que veo, según sus jugadas, es una persona muy tímida en extremo. Sus movimientos o jugadas son defensivos. Creo que se parapeta detrás de un muro a la espera de la agresión contraria. Algo así como: hasta aquí puedes llegar, no pases por favor. Por eso el pelo tieso delante de su cara – endurecido por el gel para que el viento no lo descubra casualmente – que no lo deja desnudo ante la mirada indiscreta de los demás. Yo soy uno más de los demás.
Así, mientras yo voy pensando y realizando mis movimientos, trato de mirar a través de sus pelos, como una cortina defensiva. El jugador de ajedrez, cuando está en ciertos planteos ajedrecístico, mira hacia su contrincante antes de hacer cualquier jugada. Pero no logro ver nada, sus pelos forman un muro inescrutable.
Ha transcurrido casi media hora de juego y la Máscara de pelo sigue allí, sin moverse, haciendo sus jugadas a su estilo enigmático. No puedo contenerme, estiro la mano y le aparto la careta de pelo. No puedo decir que son pelos, pues el gel los ha unido y conformado en una careta de pelo dura, bien pegada como un entrelazamiento de mechones preparados para la función que realizan, no dejarse ver. Los cubanos somos a veces indiscretos e entrometidos y no puedo dominar mis audaces manos. Al hacer el movimiento brusco con mi mano derecha me he quedado con una carátula de pelos pegajosa en las manos y su cara ha quedado al descubierto por primera vez. La expectación de los demás no se hace esperar, Marek no tiene ojos. Inge, sentada a mi lado, grita del susto. En el lugar de sus ojos se divisan dos fosas profundas, oscuras. No obstante, sabemos que él no es ciego y que puede ver muy bien. Sólo que sus ojos no son como los nuestros y se encuentran muy adentrados en unas fosas muy profundas, agazapados y viéndolo todo, quizás mejor que nosotros los videntes normales, como los ojos de un gato en la oscuridad. Petrificado por mi descubrimiento, algo así como hipnotizado por la fuerza de una mirada infinitamente telepática, puedo oír como los demás se queja y articulan ofensas contra mí. Son las voces de sus compañeros de equipo que me llegan en un segundo plano. Me he quedado absorto en mi hallazgo y siento como que no puedo moverme; aparentemente me intereso solamente por verle los ojos a La Máscara de pelo.
Mientras tanto Marek ha hecho su última jugada y el reloj mío ha avanzado más de diez minutos. Estuve pensando en mi trastada maquiavélica y ahora me sonrío de mis pensamientos. También siento el alivio de que el anterior escenario no son más que secuencias creadas y en estado de play en mi celebro. Respiro aliviado y me dispongo a realizar mi jugada preparada para su repuesta. No pude verle los ojos, pero por un momento creí descubrir algo de su retorcida alma. Me reconforta ahora saber que le gano de nuevo, que doblego a un contrario enigmático. Me levanto y me voy. Durante el trayecto a casa me pasa lo mismo, en mi celebro se ha rebobinado nuevamente las secuencias y todo empieza desde el principio. Pero esta vez Marek ha reaccionado, se ha cubierto la cara con la misma rapidez con que actuó mi mano derecha. No pude ver nada. Esta fue mi suerte, pues al volver a la realidad me doy cuenta que la nieve en Hillscheid es abundante y que se coge la mitad de la carreterita, o sea que ocupa e impide el paso por la senda o carrilera que yo debo coger. Así puedo ver un coche que se acerca velozmente, confiado en que yo me apartaré. Y así lo logro hacer, en el último momento. Debo olvidar a Marek, sus ojos, pues en esto me puede ir la vida. Lo digo en todos los sentidos posibles. El ajedrez nos confrontó y yo no debo transgredir los límites del tablero. Es el juego ciencia, pero la dignidad del ser humano es inviolable, sagrada, intangible; está anclada en la Constitución de la RFA y fue algo que me sorprendió al leerlo durante mi naturalización como alemán en el año 1996. ¡Te salvaste por esta vez Marek, aunque yo haya ganado, pero no fue suficiente para mí!
PS. Para más detalles ver las fotos del álbum. Me darán la razón.
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