Llamamos después de llegar del trabajo, a las 20:30 horas. Le había mandado un sms a Oliv que llamaría a las 14:30 horas de Cuba. Pepe, mi hermano, salió al teléfono. Le reconocí la voz, todavía juvenil. Está contento y gozando a su sobrino alemán. Se van juntos en el coche, pero Oli se niega a manejar, para tristeza de mi hermano. El tío quiere acercarse más a su sobrino, poco a poco, y el coche, la confianza depositada por su tío, puede ser un medio eficaz. Pero Cuba tiene sus leyes y sus códigos secretos, como cada país. Hace bien mi hijo. Por eso lo admiro mucho, nunca tuve la madurez de mi hijo. Oli dice con cariño que Pepe es el tío loco de la familia, el mejor. Tony y Chicho son más tranquilos. Ya se dará cuenta de su error de apreciación. Su experiencia psicológica no es aplicable al cubano.
Nos cuenta que hizo un buen viaje en la Colmillo Blanco. Tuvo la oportunidad de conocer a un cubano, dos haitianos, un alemán y un brasileño. Así pudo ejercitarse bien en el español y el viaje no fue aburrido. El tiempo no alcanza para contar las impresiones del paisaje y demás cosas. Sería un relato a un costo muy alto. El contador del teléfono virtual de la internet se desboca en una carrera incontrolable de 0,70 céntimo el minuto. Llamar a Cuba es todavía un lujo.
Nuestro Oli ha conocido ya a sus tíos inmediatos. Está contento y vive unos días muy intensos. Cada día aprende más español. Por desgracia también las malas palabras. La evangelización se precipita incontrolable. Mañana irán a inmigración, pues tiene que darse de alta. Ya tiene los sellos por valor de 5,- euros. Tiene que seguir pagando por su estancia. A él le gustaría emplear todo ese dinero en su aporte a ayudar a la familia; pero el estado necesita los impuestos. Es lógico. Mi hermana no quiere un centavo, pero Oliver se empecina y quiere hacer sus compras para la casa. Cuánto no daría por estar ahora en la posición de un recabuchador o mirón o voyeur, gozando la escena. Me bastaría un rendija bien apretada, no ya el orificio de una cerradura.
Pronto irá Oliver a conocer a nuestros tíos, que son muchos. En cada ocasión hará sus fotos. Él sabe lo mucho que significan para mí. Se me olvida decirle que haga fotos de la bóveda donde yacen los restos de mi difunta madre. Será para la próxima llamada. No lo puedo olvidar.
Resumiendo, he sentido a mi hijo como nunca, viviendo intensamente y como el más apasionado de los cubanos. Se siente bien en mi familia, que ya es suya también, por fin. Ahora falta David, su hermano menor. Lo esperan en Cuba como cosa buena.
Quisiera escribir mucho más, pero la emoción de un suceso así no me deja coordinar bien las ideas.
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