16.11.2013 2da Parte del cumpleaños 46 de Romy, un álbum en Flickr.
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De los cumpleaños lo único que queda después verdaderamente son las fotos. La resaca del alcohol se disipando al segundo día y ya uno va entrando nuevamente en la rutina. Por eso yo siempre ando con la cámara al brazo, siempre dispuesto a captar cualquier detalle digno de historia, de recuerdos, de momentos que ya no volverán y que después podemos observar y comentar, reírnos y reflexionar.
En esta segunda parte del cumpleaños, aunque las primeras fotos en anterior a la ceremonia de condecoración de Romy, ustedes van a ver cómo nos reímos de lo lindo y de cómo compartimos por los que estábamos, los que no pueden venir y los que ya no están. Pare que se tenga una idea: Ver a David tomar y chistoso es acordarse de mi hermano Chicho o de mi hermana Daysi en parte. Con Oliver nos acordamos de Papi, de Tony o de Pepe; pero también de su tío alemán Frank o hasta de mí mismo. Pero sin nuestros amigos de siempre y el amor que nos une y nos identifica, el cumpleaños no hubiese sido lo que fue, una verdadera fiesta llena de alegría y de risotadas estruendosas.
También esta vez Cuba estuvo más cerca. Teníamos de visita a un cubano de Holguín, a Alex, que se está pasando dos meses en casa de Werner (Bernaldo). Y allí mismo se rompió el corojo, pues David puso la música que hace mover hasta los muertos y allí mismo nos morimos bailando lo mismo salsa que regetón.
Y llegó el final, la fiesta llegó a su tope, con varias botellas de vino, champaña y cerveza vacías; y a un hijo repleto de alcohol. Entonces supimos a donde había ido a parar el preciado líquido que suelta las lenguas y las piernas. El reloj tocaba las tres de la madrugada del domingo y ya era hora de despedirse. Las despedidas casi siempre son tristes, esta vez no, pues era la despedida al descanso cuando uno se siente satisfecho, con las pilas cargadas para nueva semana que acecha ya puntualmente. Afuera el frío abofeteaba a los invitados, insuflándoles aliento para el camino, mientras nosotros nos quedábamos a resguardo del calorcito de nuestra casita, donde ahora rebotaban carcajadas y gritos de alegría de las paredes.
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