La primera nevada del año me emociona siempre, al menos en estos nuevos tiempos donde las nevadas se van haciendo cada vez más raras. Es esa ilusión por la novedad lo que me empuja a salir afuera y caminar sobre la espuma sólida, hundiéndome entre la suavidad y el crujido, jugando a veces con ella, no importa que después sienta el dolor del frío en mis manos.
Es también un juguete de la naturaleza para adultos, compuesto sencillamente por el elemento químico agua, en donde millones de moléculas forman cada copo diferente a los demás.
Y es aquí la fascinación que siento por esta flor de nieve, no sólo por su belleza; sino porque, no existen dos copos de nieve iguales. Es la belleza y la unicidad lo que atrae, que como los copos de nieve, no se dejan copiar por iguales. Es a la vez sencilla en su composición y efímera en su existencia, como la de los seres humanos; pero de una belleza sencilla impresionante, que nos alegra el alma cada vez, sin dejar de ser siempre una novedad para nuestra curiosidad.
Y tan frágil como pueda parecernos la flor de nieve, pero su belleza sólo puede ser superada por su unicidad entre ellas.
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