Cada vez que converso con mi hermano Chicho tengo la dicha de presenciar las conversaciones de mi tía Gallega con sus seres queridos. Nuestra querida tía ya no es la misma de antes, me refiero a su estado espiritual. El avance de la edad la va trasladando poco a poco al mundo onírico de la demencia senil. ¡Verdaderamente una lástima!
Pero no quería referirme precisamente a ese aspecto, el cual puedo convivir día a día con mis inquilinos en mi puesto de trabajo, la residencia para la tercera edad. Se trata del cuidado y el respeto con que mi tía sigue siendo atendida y querida en el seno de la familia. Se le hace el mismo caso, la misma atención y con el mismo cariño que dejé hace muchos años atrás allá en mi querido Camagüey. Para mí esto es muy importante, pues es algo que se va perdiendo con la civilización y que el ser humano extraña y quiere rescatar; sobre todo en los países del primer mundo. La vida “moderna” no siempre tiene todas las ventajas. El ser humano va perdiendo espacio como ente social y corre el peligro de convertirse en un objetivo de trabajo, de lucro y de carga.
Así también pienso a la vez en la suerte de mi querido padre, dentro de su desdicha con el Alzheimer, que tiene la dicha de estar bajo el cuidado y el amor todopoderoso de nuestra querida hermanita.
No obstante no dejo de pensar en nuestros familiares que sufre de verla así, de no poder hacer nada para rescatarla y cambiar la situación del estado de su enfermedad. Independientemente de que mi prima ya la haya puesto en las manos de Dios. Pero también pienso en mi tío Gilberto y saber que se pasa el día entero cuidando de ella. ¡Eso es una prueba palpable de amor verdadero!

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