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jueves, 27 de marzo de 2014

El día que me calibraron al alemán, 29 años atrás


Nos conocimos un día como hoy en Roßwein. 17 añitos venían enfundados en un saludable pitusa azul oscuro (entiéndase vaquero). Yo venía de la tienda de fotografía y químicas de la pequeña ciudad. Había comprado algunas bandejas para el revelado de fotos en blanco y negro. Nuestro encuentro coincidió a la altura del pequeño supermercado de la Bahnhofstraße (Bahnhof = terminal y Straße = calle). Yo venía detrás de ella, pensando y ensayando lo que le diría. Llevaba tres meses en Alemania, pero no conocía los piropos regionales que más llegaban. No había tiempo que perder y le dije un piropo cubano traducido a mi alemán haitiano aprendido en Cuba: “Niña, ¿no te lo han dicho? ¡Tu pitusa tiene mucha salud! Ella me miró sorprendida y me regaló la sonrisa que cambiaría mi vida a 360 grados como mínimo.

Al verla me di cuenta que ya la había visto una vez con anterioridad. Había sido el día anterior, en la florería de la ciudad. Ella compraba flores y yo que pasaba por frente al ventanal. Me pareció un hada detrás de campana de cristal, cautiva. Nuestras miradas se cruzaron por fracciones de segundo. Llevaba el pelo largo. No tuve la oportunidad de decirle algo, acercarme; había mucha cola y poco espacio. Pero sus facciones se quedaron grabadas en mi mente para siempre: de mirada tierna y firme, boca pequeña de labios color rosa, pelo lacio, cuerpo femenino perfecto, muy sensual, una verdadera atracción. Por eso la reconocí, pues cuando la volví a ver aquél 27 de marzo de 1985, llevaba el pelo corto a la Marilín Monroe. Un fragante aroma en su pelo me revelaba que venía de la peluquería. Unas horas antes y la hubiese convencido de no cortarse el pelo, era algo que me había impresionado mucho de mi descubrimiento en la florería. Le asentaba muy bien, muy acorde a su edad. Es ese pelo largo y lacio que baila al ritmo de la batea y que vuelve loco a los hombres.

La amenaza de lluvia se convirtió de pronto en un aguacero a torrentes. Ella abrió su sombrilla y me invitó a guarecerme del agua mientras seguíamos el mismo camino. Dios había oído mis pensamientos, eran muy fuertes e intensos. No era mucho trayecto, pero el tiempo alcanzó para caernos bien, gustarnos a primera vista, sentir el flechazo de algo especial que irrumpía en nuestras vidas y se quedaba para siempre. Al llegar a la intersección de la  calle Böhrigerner el camino seguía hacia arriba a la derecha, hacia el albergue de cubanos. Aproveché para hacerle mi pregunta bien pensada: “¿Dejamos el próximo encuentro a la casualidad o lo planeamos ahora mismo?” Ella, protegiéndose un poco en su candidez y la naturaleza de su sexo, pero sin querer perder la oportunidad, me respondió que no sabía. La vi titubear, como alguien que si quiere pero que no quiere regalarse. Por eso al despedirse me dijo entonces: “A las 17:00 horas salgo de la sauna para mujeres. Las instalaciones de esos baños turcos se encontraban en los bajos del albergue y ella había quedado con su cuñada, la esposa de su hermano, en ir a la sauna de las tres de la tarde. A la salida nos vimos, yo la esperé las dos horas a la salida, no quería se me escapara. Lástima que un malentendido demorara nuestro romance por dos meses.

Bueno, lo mejor de todo esto es que todavía, al cabo de tantos años de aquella especial historia, tenemos dos hijos adorables y todavía seguimos tan enamorados como el primer día. Sentir su mirada todos los días, oír palabras cariñosas de los labios más seductores, acariciar su pelo y verla a mi lado al despertar todos los días, eso ha sido decisivo para mí bienestar y mi estabilidad lejos del terruño. Si volviera a nacer, viviría esperando el día en que me dieran el pasaje para irme a Alemania a encontrármela de nuevo.
Pronto seremos abuelos, un acontecimiento especial en nuestras vidas. No obstante, no puedo imaginármela abuelita. Mi esposa sigue tan joven, tan sensual, tan erótica, tan seductora, como antaño. Y yo cada día más enamorado. Es la lotería de la vida, este amor bello único.
Por eso mi vida linda, hoy te felicito por haberme soportado tantos años. Te mereces una medalla y un viaje a Los Emiratos Árabes. Al cabo de 29 años te mandaré a buscar. No, no, era una broma, sin ti no podría vivir. Ya me limpié, jajajaja.

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